La imagen es un recurso del deseo, da cuerpo a una ausencia. La rige un designio figurativo cuando evoca lo que ya no existe o cuando provoca lo que no se ha hecho todavía. En el campo de las artes la imagen revela, emerge del estupor que suspende el juicio y pone al descubierto anhelos insospechados. Si es el poeta quién acude a la imagen, el médium que utiliza es la palabra. Pero en la tradición occidental aquel canto suyo originariamente encarnado tiene que amoldarse a las convenciones de la escritura alfabética y de un género literario que tiende a compensar la phoné silenciada con la organización icónica del texto. Así el lenguaje de la poesía se entrega a la tarea de imaginar la imagen y hacer ver lo impensado. La fusión de un río y una muchacha en Jorge Guillén, el maleficio de Nueva York en Federico García Lorca, la mística de la oscuridad en José Ángel Valente, la sacralización de la sombra en Claudio Rodríguez, las huellas que permanecen en una habitación vacía en Juan Vicente Piqueras. Estas maneras de tejer relaciones trascendentes con la exterioridad se intensifican cuando otros poetas aquí reunidos ensayan visiones de visiones, eligen como tema la pintura. Huelga decir que Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Luis Cernuda y Guillermo Carnero no abordan los cuadros elegidos con los argumentos del historiador de arte. Atienden con empatía a aquellos recortes miméticos del mundo donde anidan simbólicamente sus experiencias más íntimas. Para estos poetas Velázquez y Van Gogh, Tiziano y Giorgione, De Chirico y Max Ernst son sendos precursores en la manera de sentir y enmarcar la vida.

Poesía e imagen

Elide Pittarello
2018-01-01

Abstract

La imagen es un recurso del deseo, da cuerpo a una ausencia. La rige un designio figurativo cuando evoca lo que ya no existe o cuando provoca lo que no se ha hecho todavía. En el campo de las artes la imagen revela, emerge del estupor que suspende el juicio y pone al descubierto anhelos insospechados. Si es el poeta quién acude a la imagen, el médium que utiliza es la palabra. Pero en la tradición occidental aquel canto suyo originariamente encarnado tiene que amoldarse a las convenciones de la escritura alfabética y de un género literario que tiende a compensar la phoné silenciada con la organización icónica del texto. Así el lenguaje de la poesía se entrega a la tarea de imaginar la imagen y hacer ver lo impensado. La fusión de un río y una muchacha en Jorge Guillén, el maleficio de Nueva York en Federico García Lorca, la mística de la oscuridad en José Ángel Valente, la sacralización de la sombra en Claudio Rodríguez, las huellas que permanecen en una habitación vacía en Juan Vicente Piqueras. Estas maneras de tejer relaciones trascendentes con la exterioridad se intensifican cuando otros poetas aquí reunidos ensayan visiones de visiones, eligen como tema la pintura. Huelga decir que Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Luis Cernuda y Guillermo Carnero no abordan los cuadros elegidos con los argumentos del historiador de arte. Atienden con empatía a aquellos recortes miméticos del mundo donde anidan simbólicamente sus experiencias más íntimas. Para estos poetas Velázquez y Van Gogh, Tiziano y Giorgione, De Chirico y Max Ernst son sendos precursores en la manera de sentir y enmarcar la vida.
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