En La soledad era esto (1990) de Juan José Millás la protagonista, Elena, es un dechado de alienaciones que manifiesta con una pluralidad de síntomas físicos, enumerados por una voz omnisciente sin apenas comentarios. Afectada por la incomunicación con el marido, los hermanos y la hija casada, Elena halla por azar los diarios de la madre muerta —con la cual tampoco hablaba— y empieza a percibirse de otra manera. A partir de esos diarios que asume como un legado que la concierne, en la segunda parte de la novela narrada en primera persona, Elena empieza un diario propio, pero con una voz impostada, fantasmal puesto que es una voz escrita. La forjan las páginas de la madre muerta y los informes sobre sus movimientos que redacta un investigador, quien ignora que es ella misma quien lo ha contratado. Falta la reciprocidad de una auténtica relación con el otro, aunque apunta al final la intención de rescatar los afectos familiares como pura posibilidad. Escrituras ajenas y diálogos mutilados son paliativos de un mutismo infranqueable que —al igual que en el resto de la obra de Juan José Millás— cifra la patológica condición humana.
Voces fantasmales en "La soledad era esto" de Juan José Millás
E. PITTARELLO
2018-01-01
Abstract
En La soledad era esto (1990) de Juan José Millás la protagonista, Elena, es un dechado de alienaciones que manifiesta con una pluralidad de síntomas físicos, enumerados por una voz omnisciente sin apenas comentarios. Afectada por la incomunicación con el marido, los hermanos y la hija casada, Elena halla por azar los diarios de la madre muerta —con la cual tampoco hablaba— y empieza a percibirse de otra manera. A partir de esos diarios que asume como un legado que la concierne, en la segunda parte de la novela narrada en primera persona, Elena empieza un diario propio, pero con una voz impostada, fantasmal puesto que es una voz escrita. La forjan las páginas de la madre muerta y los informes sobre sus movimientos que redacta un investigador, quien ignora que es ella misma quien lo ha contratado. Falta la reciprocidad de una auténtica relación con el otro, aunque apunta al final la intención de rescatar los afectos familiares como pura posibilidad. Escrituras ajenas y diálogos mutilados son paliativos de un mutismo infranqueable que —al igual que en el resto de la obra de Juan José Millás— cifra la patológica condición humana.File | Dimensione | Formato | |
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